Creo que una de mis fortalezas es mi deseo de aprender,
deseo de aprender cosas nuevas y positivas, y deseo hacerlo bien. Y sobre todo de aprender de mis errores.
No es una tarea que me resulte excesivamente fácil, pues ya
llevo unos cuantos años a cuestas, pero a la vez precisamente esos mismos años
y las experiencias vividas a través de ellos son un aliciente para mi propio
aprendizaje personal.
A lo largo del tiempo las experiencias, las personas que se
cruzan en nuestro camino, los sinsabores y los errores cometidos conforman un
enorme laberinto en el que aprender a recorrer los recovecos del pasadizo hacía
ninguna parte. O hacia uno mismo.
Todos amanecemos de repente en este mundo extraño, al que
sin darnos cuenta nos vamos acostumbrando sin percibir apenas los cambios.
Nacemos, crecemos, nos desarrollamos y todos vivimos experiencias diferentes, a
pesar de que muchas circunstancias son similares en algunos de nosotros.
Precisamente esas personas que nos rodean, los acontecimientos que suceden y el
entorno cultural de cada cual va conformando nuestra personalidad. Por usar un
símil de fácil comprensión es como si todos fuésemos moldeados del mismo barro,
pero a su vez cada uno de nosotros es diferente del otro.
En mi caso en cuestión, tal vez mi historia haya circulado
gran parte del tiempo un poco a contracorriente. En este momento en que la
mayor parte de mi generación empieza a pensar en cómo será su retiro, a mí me
preocupa más mí presente pues tengo pendientes asignaturas conmigo mismo.
De joven no quise estudiar, me parecía tedioso y aburrido, y
nunca me esforcé lo suficiente. Me conformaba con ir aprobando. Tampoco supe
nunca que quería ser de mayor, puede que eso significara falta de motivación
personal. El caso es que opté por el camino más sencillo, o eso creía yo, que
era el ponerme a trabajar. Resultaba una forma fácil de obtener dinero que a su
vez me permitía obtener independencia y libertad. En mi caso concreto fue un coctel
fatal para que me decidiera por dejar definitivamente los estudios.
Afortunadamente la palabra “definitivamente” puede ser
relativa. El alcanzar la temida edad de los 40 supuso una serie de cambios absolutos
en mi vida. Y como resultado de los vuelcos inesperados, y como si la vida
tuviera sus propios planes, acabé trabajando casi por casualidad en un
hospital. Y desde el primerísimo momento sentí como si hubiera descubierto un
mundo diferente en el que no me notaba extraño en absoluto a pesar de ni total
falta de experiencia.
Pronto quise aprender más acerca de aquel mundo que me
fascinaba tanto. Me encantaba la relación con los compañeros, ya fueran administrativos, celadores, médicos,
enfermas, pacientes o sus familiares. Me sentía como “pez en el agua”, nunca
antes me había pasado algo así en un trabajo, ni siquiera cuando trabajaba para
mí y no tenía que dar cuentas a nadie.
Este descubrimiento fue muy gratificante y motivador. Y en
parte es culpable de que me diera por querer obtener el título de auxiliar de
enfermería. Aunque poco después decidiera intentar otra aventura de mayor
envergadura y que suponía un reto total para mí. Así pues me decidí a intentar
el “asalto a la universidad”, pues mi aventura seria finalmente estudiar
enfermería. En este momento estoy en el tercer curso, y para ser sincero espero al final poder lograrlo. De joven no
supe aprovechar bien el tiempo, aún con todo, hoy estoy contento
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